domingo, 25 de octubre de 2015

Que nuestro Norte sea el Sur

Entrevista a Elier Ramírez Cañedo, Doctor en Ciencias Históricas, Máster en Relaciones Internacionales, investigador y ensayista, sobre los procesos de integración en América Latina y el Caribe
Daina Caballero y Yosbel Bullaín Viltres
Tomado de Granma
“Seguramente, la unión es lo que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración”, anunciaba Simón Bolívar en La Carta de Jamaica. Doscientos años más tarde, esta idea sigue siendo la estrategia necesaria para la integración de los pueblos de América Latina y el Caribe.
De esta manera, cada país, cada pueblo viene recorriendo su propio camino, haciendo su propia experiencia, con sus propias formas y contenidos en medio de no pocas contradicciones y luchas para defender sus conquistas.
Para el  Doctor en Ciencias Históricas Elier Ramírez Cañedo, los procesos integracionistas en nuestra región, han constituido siempre un obstáculo para la política exterior norteamericana.
“Siempre ha torpedeado todos los intentos integracionistas, desde la época de Simón Bolívar hasta el presente. Por ejemplo, las ideas de Bolívar de llevar la independencia a Cuba y Puerto Rico, provocaron la cólera de Estados Unidos pues llegaron a convertirse en un desafío para los deseos expansionistas y las ínfulas imperiales que ya existían desde esa época”.

Centrándonos en los años 80 y 90 del pasado siglo, ¿cuáles fueron los mecanismos de integración creados en América Latina y el Caribe? ¿Cuál fue la respuesta de Estados Unidos?
—A los años 80 y 90 se les llama las dos “décadas perdidas” o “la gran noche neoliberal”. A pesar de que la implementación del neoliberalismo ocurre un poco antes, en la década del 70, no fue hasta los años 80 y 90 cuando se hizo más presente en América Latina y realmente no existieron grandes avances en materia integracionista.
“En la década de los años 90 había surgido el Mercado Común del Sur (Mercosur), el Sistema de Integración Centroamericano (SICA), la Asociación de Estados del Caribe (AEC), y otras organizaciones pero sin gran trascendencia, lo que predominó en aquellos años fue el Consenso de Washington. El punto de giro, en mi opinión, fue en el año 2005, cuando se logra enterrar el ALCA (Área de Libre Comercio para las Américas), en la Cumbre de los pueblos de Mar del Plata, Argentina.
“En el libro Un grano de maíz, del comandante de la Revolución Sandinista Tomás Borges, Fidel anuncia un cambio, ya había algunos destellos —sobre todo en los movimientos sociales, los sectores populares— de una resistencia a esos modelos de gobiernos neoliberales que existían en América Latina”.

Durante la administración de George W. Bush (hijo) su política hemisférica se convierte en un fracaso, y esto es aprovechado por las fuerzas progresistas y de izquierda en la región. ¿En ese periodo, qué acciones concretas realizan los países latinoamericanos y caribeños en busca de la integración regional?
—A partir de los sucesos en la Cumbre de Mar del Plata, cuando fracasa el plan que te­nían diseñado para materializar el ALCA, em­pieza a haber un avance mucho más acelerado de los procesos integracionistas. Surge la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), el ALBA, (Alternativa Bolivariana para las Américas) y la Comunidad de Estados Lati­noa­me­ricanos y Caribeños (Celac), en mi opinión el paso fundamental en estos procesos de integración.
“Fue un momento que aprovecharon los sectores progresistas y de izquierda para avanzar en cuanto a sus propuestas. En estos años la mayoría de los avances en materia de integración en la región fueron impulsados por Chávez y la Revolución Bolivariana que contribuyó a articular esos procesos.
“Yo siempre digo que Cuba es como la llama encendida, el ejemplo inspirador, pero la Revolución Bolivariana fue la que permitió impulsar y llevar a la práctica esas ideas integracionistas.
“Y el gobierno norteamericano inmediatamente se moviliza en función de frustrar esos procesos de integración, es por eso que realiza tantos intentos desestabilizadores hacia esos gobiernos progresistas que habían llegado al poder, sobre todo enfocados hacia Venezuela. Luego se produce el triunfo electoral de Evo Morales, de Rafael Correa con la Revolución Ciudadana, Lula en Brasil y Kirchner en Ar­gentina. Fue un proceso que el propio fracaso de estos modelos neoliberales estimuló la co­hesión de los movimientos de izquierda”.

En una entrevista realizada a Valter Pomar, secretario ejecutivo del Foro de Sao Paulo, hablando precisamente sobre estos temas, él explicaba la necesidad de crear una cultura de la integración. ¿Cuál es su opinión al respecto?
—La cultura de la integración es un concepto que tiene que enraizarse mucho en las conciencias de nuestros pueblos. El eslogan que “nuestro Norte sea el Sur”, realmente debe formar parte de nuestro sentido común. Sa­bemos que falta mucho, todavía hay quienes siguen viendo el Sur en el Norte, tanto algunos gobiernos de América Latina como sectores de nuestros pueblos; ha sido así durante muchos años y cambiar esa cultura hegemónica y dominante que se ha impuesto, no es cuestión de un día, un mes, son procesos de maduración y experiencia. La sistematicidad y los logros palpables que vayan mostrando estos procesos de integración serán los que pueden ir creando esa cultura.

El Segundo Encuentro Latinoa­me­ri­cano y Progresista (ELAP) que el pasado mes de septiembre concluyó en Ecuador, abogó por fortalecer y consolidar ese espacio como escenario de debate, reflexión y articulación de las izquierdas de la región y el mundo. ¿Qué retos aún le quedan por delante a los países progresistas de América Latina y el Caribe para lograr una mayor integración?
—Son muchísimos los retos que todavía quedan, yo diría que superar los conflictos existentes entre los países de nuestro hemisferio: entre Bolivia y Chile, por la salida al mar o entre Ve­nezuela y Colombia por cuestiones fronterizas. Histó­rica­mente se ha demostrado que el imperio se aprovecha cuando existen divisiones, fracturas, en beneficio de sus propios intereses.
“El tema de la institucionalidad es esencial porque contribuye a mantener y reforzar mu­chos de los aspectos que se discuten en las cumbres, Unasur es uno de los espacios integracionistas que más ha avanzado en este sentido. Se ha hablado, in­cluso, de la idea del Banco del Sur, así como de una serie de instituciones que van a permitir un avance más acelerado en cuanto a los planes, los proyectos.
“La complementariedad económica es un tema que afecta mucho a la integración. Re­cuerdo una vez a Chávez hablando sobre la necesidad de hacer un mapa de las mercancías, porque todavía hay mucho desconocimiento entre los países acerca de cuáles son sus producciones fundamentales. Nuestra América todavía tiene, en gran medida, una economía basada en la exportación de materias primas. Ese modelo hay que superarlo”.

En la clausura del IV encuentro del Fo­ro de Sao Paulo, en 1993, Fidel decía: “…qué menos podemos hacer nosotros y qué menos puede hacer la izquierda latinoamericana para crear una conciencia a favor de la unidad, eso debería estar inscrito en la banderas de la izquierda. Con socialismo o sin socialismo. Aquellos que piensen que el socialismo es una posibilidad y quieran lu­char por el socialismo… pero aún aquellos que no conciban el socialismo, aún como países capitalistas, ningún porvenir tendríamos sin la unidad y sin la integración. ¿Qué piensa sobre este planteamiento de Fidel Castro?
—Uno de los desafíos principales en este momento es tratar de consolidar la unidad dentro de la diversidad. La única manera de sobrevivir a esos intentos de dividirnos, de do­minarnos, es unirnos, independientemente del sistema político que tenga cada país.
“Este pensamiento fue expresado por Fidel en los años 90 y en estos momentos tiene aún más vigencia. El mundo se está configurando a nivel de bloques y desde el siglo XIX Bolívar lo vio muy claro pues supo que la única manera de sobrevivir era unirse contra las ansias expansionistas y hegemónicas de las potencias de esos momentos; sin embargo todavía estamos, 200 años después, defendiendo y tratando de hacer avanzar esas ideas”.

Se dice que este 2015 marcó una nueva etapa en las relaciones entre las dos A­mé­ricas. Cuba participa en la Cumbre de las Américas, inicia el proceso de restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Es­tados Unidos, y Estados Unidos crea un nue­vo vínculo con América Latina y el Ca­ribe. ¿Considera que todo esto forma parte de la concepción estratégica del llamado “poder inteligente” del gobierno de EE.UU.?
—No hay incoherencias entre la política que está siguiendo Estados Unidos con Cuba, y la que tiene con otros países de la región; todo forma parte del mismo diseño.
“Cuba se coloca como una pieza funcional, como lo fue también en el siglo XIX, para conquistar ese ‘premio mayor’ que buscaban pa­ra reconfigurar su hegemonía hacia Amé­rica Latina, sobre todo, en un momento en que Estados Unidos está en un relativo declive de su hegemonía, donde hay otros poderes desa­fiando cada vez más esa hegemonía, como Rusia y China, que tienen una fuerte pre­sencia en nuestra región, incluso en el mar Caribe.
“La imagen de Estados Unidos en América Latina está muy deteriorada y la política ha­cia Cuba, consiste también en una estrategia de limpieza de su imagen pública, tanto en el país como también hacia el resto del continente.
“Estados Unidos ha tenido que buscar mé­todos mucho más sutiles, como el ‘poder inteligente’, la diplomacia, pero no hay cambios en cuanto a los objetivos estratégicos de re­componer y mantener su hegemonía.
“También, sin dudas, Estados Unidos se ha visto forzado a actuar con mayor suavidad debido al avance de las fuerzas progresistas, de izquierda y de los procesos integracionistas”.

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