lunes, 8 de octubre de 2012

Turistas aristócratas, misioneros de Nuevas Tribus y médicos cubanos: tres visiones extranjeras.

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Seguimos festejando la victoria de Chávez en las elecciones del domingo pasado. Traigo otro fragmento de mi libro Venezuela rebelde (2006), esta vez sobre el mundo yekuana, en la selva amazónica venezolana. Mi encuentro con misioneros de las Nuevas Tribus ocurrió antes de que fuesen expulsados del país, algo que se narra en otro momento del libro.

Enrique Ubieta Gómez
Fotos del autor y de Alicia Flores
En La Esmeralda hay una bodega típica de pueblo, bien abastecida por cierto, a la que concurren compradores de varias comunidades cercanas. Todavía es época de lluvias, así que el Orinoco está crecido, y como cada año, toca suavemente el muro que protege las mercancías; eso significa que se ha tragado ya casi dos cuadras de pueblo. De las pocas casas abandonadas que están más abajo, puede verse solo la parte superior de sus paredes y techos. Para llegar al mostrador de la bodega hay que dar un rodeo grande y bordear la zona inundada. El doctor Ricardo me presenta a Levis Olivos, el vendedor, un criollo despierto que aterrizó aquí hace veinte años, y espera irse algún día, si acumula el capital suficiente. No es el dueño, sino el encargado del establecimiento. No simpatiza con Chávez, aunque se lleva bien con los cubanos. Tiene 37 años y es soltero. Bromista y hablador, se enorgullece de ser amigo de grandes personalidades. Las fotos que cuelga en la tienda no mienten: en una, aparece junto a George Bush padre, en la otra posa sonriente al lado de su “amigo” Gustavo Cisneros. “Es que trabajé en turismo”, me explica con satisfacción al ver mi asombro.
¿Específicamente dónde trabajaba?
La base de operaciones estaba en Puerto Ayacucho. Desde allí salían excursiones y expediciones hacia muchas zonas, zonas espectaculares, quizá con la misma belleza escénica que Culebra, la cuenca del Sipapo, que son los ríos Autana, Guayapo, Sipapo, Cuao, con unos paisajes espectaculares; zonas en donde han estado príncipes, reyes, gente de mucho dinero.
¿Usted acompañó a algún príncipe?
 He acompañado a muchas personalidades, he estado cerca de algunos condes, no de muchos, pero por lo menos de dos. En una oportunidad fui invitado por un señor de mucho dinero, un señor que quiere esta zona y que de repente es cuestionado porque tiene dinero, porque el tipo tiene capacidad como empresario y de alguna manera eso es como descargar la frustración de uno en la gente que tiene capacidad para triunfar, le cuelgan los calificativos que están ahorita de moda, porque tenemos una situación, una revolución, entre comillas, que no encaja…
¿Cómo se llama esa persona?
Gustavo Cisneros.  
¿Esas fotos son de esa época?
Esas fotos…, sí. Yo estuve trabajando en un campamento turístico donde venía mucha gente importante, venezolanos, americanos, europeos, que venían a la famosa pesca del pavón, es un pez muy exquisito.
Ahora, déjeme saber: por ejemplo, ahí veo a Bush padre, ¿donde se hospedaba él?, ¿dormía en un chinchorro?
No, aquí hay campamentos especiales que tienen ciertas comodidades, como habitaciones privadas, camas, la opción de carpas a orillas del río, aquí hay una serie de campamentos que cumplen más o menos con esas condiciones que requiere el turista, independientemente de que sea de alto nivel. En el campamento Yutajé que está situado en el municipio Manapiare, donde hay unos atractivos naturales espectaculares como por ejemplo, el salto gemelo más grande del mundo, que está allí, ¿entiendes?, el Salto Ángel es único, pero este es un salto gemelo muy particular, y ahí estuvo el presidente Bush, los señores Cisneros, el actor Michael Douglas, en una oportunidad estuve cerca de él. Han estado también príncipes, duques, gente de mucho dinero, el príncipe de Luxemburgo estuvo por ahí… mucha gente. He tenido la oportunidad de compartir con personas importantes, he estado con embajadores de Francia, personal diplomático de muchas embajadas, he estado cerca de Jimmy Carter, muy cerca de Gustavo Cisneros, de Goerge Bush, de mucha gente.
Y Cisneros ¿es buena persona?
Como persona, excepcional; un hombre con una capacidad…, el señor Gustavo Cisneros, un gran anfitrión…, tengo anécdotas espectaculares que si se miden en términos de condición humana, de respeto, de seriedad, son realmente dignas de poner en el sitio más alto.  
Cuénteme algunas
Mira, por ejemplo, mandar a bajar a un fotógrafo de un avión para que yo pudiera tomarme una foto con uno de sus invitados, con el señor George Bush padre, independientemente de toda su situación.
¿Era un invitado de Cisneros?
Era un invitado de Cisneros, como lo fue Jimmy Carter, como lo ha sido mucha gente que ha venido. Este es un sitio muy especial realmente.
¿Llegaban y se quedaban a dormir o venían por un día y se iban?
No, estaban instalados dos, tres días. A veces venían de su país de origen a Caracas, de Caracas venían al campamento Manaca, en aviones privados del señor Gustavo Cisneros.
¿Dónde aterrizaban?
En una pista nacional, no privada, en Santa Bárbara del Orinoco, y de ahí viajaban a Los Roques o a cualquier destino digamos que les gustase. Obviamente, con la logística que tenía esa organización y el alto digamos valor estratégico del personaje, obviamente las medidas de seguridad y las medidas digamos de atención, tendrían que ser impecables, como lo fueron. Yo por supuesto tengo muchas anécdotas, pero te puedo decir esa.

¿Y de Bush tiene alguna anécdota?
Un tipo especial para mí. Me imagino que en su situación, que viene como temporadista (sic), como turista, relajado y con un objetivo digamos específico, que es pasarla bien, supongo que esa es la actitud que puedo de alguna manera interpretar de ellos, pues. Es como cualquier persona estresada, con toda digamos la presión del mundo, va a un sitio equis invitado, pagado, y yo supongo que la actitud que asume es de relajación, te saludan, te dan la mano, de repente comparten contigo un refresco, una galleta, y quizá también influye mucho tu capacidad, tu sensibilidad, cómo tú te muestras con ellos, porque en las relaciones humanas no es simplemente así, que los tipos anden por ahí, cualquier turista, en este caso George Bush padre, ande por ahí saludando a todo el mundo, no, yo creo que es una relación también humana donde tú le brindas afecto, le brindas respeto, porque primero te están pagando para que de alguna manera le des un servicio, además tienes la oportunidad de relacionarte con personajes de ese nivel, que aunque sean cuestionados por cualquier posición política, en este caso tú te vas a limitar a compartir con él, y aunque yo tengo dos fotos con George Bush padre, que las disfruto y no tengo ningún complejo, al contrario, las muestro orgulloso, porque en el fondo una gran cantidad de personas quisieran tener ese tipo de fotografías con personalidades como esa, independientemente de sus decisiones políticas en momentos determinados.
¿Ellos visitaban algunas comunidades indígenas, o solamente veían el paisaje?
Ellos venían realmente por un objetivo, ya que su agenda es muy ajustada, ellos iban a los Roques a pescar, venían aquí al Amazonas a pescar, pues, también veían comunidades, pero de hecho, las personas que trabajan en los campamentos, muchos hasta casi ni hablan bien el español, pero son los guías, son los que se saben todos los sitios de pesca y estaban ahí, pues, todos son nativos de ahí, con apellidos de las zonas como Camico, como Yavico. Podían compartir con los indígenas en los propios campamentos. La mayoría trabaja en ellos, ¿qué funciones hacen? Motoristas, guías, guías de aves, guías de pesca, jóvenes que hacen el trabajo de mantenimiento, otros como planteros… Pero los turistas vienen buscando ese pez, el pavón; que los pescadores disfrutan mucho porque da mucha pelea, además de que es un ejemplar bellísimo, creo que tengo una foto ahí que les puedo mostrar. (...) La gente viene, quiere un ventilador, una cama, unas paredes limpias, y antes de entrar los huéspedes, hay una fumigación para evitar que un insecto equis los perturbe o afecte, porque son invitados y las señoras que van, que están pagando también, son turistas y merecen el mismo respeto. Entonces tienen que equiparla con personal confiable, con cierta seguridad y más nada. No es una cosa del otro mundo, es un ambiente natural, pero con un mínimo de seguridad, una planta eléctrica, un operativo, agua caliente, un ventilador, ese tipo de cosas… madera, techo de palma, paredes de bloque y tela metálica, no es una cosa blindada, no es un búnker…
La conversación se interrumpió porque llegaron unos clientes especiales en una lancha rápida, aunque ya Levis me había contado lo que quería saber. Como el río ha penetrado hasta el borde de la bodega, los posibles compradores saltan directamente desde la embarcación. Son rubios, y por la entonación, extranjeros. Hay un señor y dos mujeres. Una de ellas, muy decidida, separa botellas y paquetes en una caja. Se llevan al parecer alimentos para varios días. “Son misioneros norteamericanos de Nuevas Tribus”, me dice Ricardo. Ya había tenido algunas referencias de esa congregación. Le pregunto a Ricardo si ha tenido vínculos con ellos, pero me dice que muy poco, solo el que se deriva de su trabajo de médico. A pesar de eso, intento abordar al señor, que parecía no interesarse demasiado en las compras y vagaba por el pasillo que circunda a la bodega. Le explico que soy escritor… cubano. Acepta mis preguntas, pero responde con cierta desconfianza.
¿Vive en Tamatama?
Sí, desde los tres años.
¿Sabe que aquí en La Esmeralda hay médicos cubanos?
Correcto. Y en Tamatama tenemos un enfermero yekuana que atiende a la gente, por lo cual si tenemos pacientes muy graves tenemos que mandarlos acá donde hay doctores.
¿Alguna vez ha tenido relación con el médico cubano?
Sí, me vacunaron aquí, también fueron allá a Tamatama y vacunaron a mis hijos, porque ellos son venezolanos, nacieron aquí en el país, sí, tres de mis cuatro niños nacieron aquí.
¿Tiene cuatro hijos varones?
Puros varones. El primero nació en Canadá, porque mi señora es canadiense, los otros tres nacieron aquí en Venezuela.
¿Qué edad tiene el mayor?
El mayor tiene 18 años.
¿Y tiene vocación como misionero?
Bueno, no sé, ahorita tiene vocación de pescar pavón, está con sus amigos pescando.
Y sus hijos, ¿piensan vivir siempre aquí?
No, yo creo que no, pero no sé. Porque ellos crecieron aquí y tienen ganas de ver el mundo, y el mayor tiene ganas de ir el año que viene al Norte, para intentar vivir allí, para conocer el país.
Esta es una zona muy hermosa y también muy rica en recursos.
Sí, Amazonas es un Estado muy bonito, con muchas cosas, tenemos la selva, los ríos, todo eso.
¿Cómo aceptan los yekuanas la presencia de la misión?
Bien. Bueno, puede ser porque yo crecí aquí, pero aparte, toda la gente son mis amigos.
Si el lector no conoce bien qué es la misión Nuevas Tribus, quizás no perciba los sobreentendidos del diálogo, ocurrido el 26 de junio de 2005. Pero el misionero enfatizó en cada respuesta la compleja realidad construida por los misioneros en las últimas cinco décadas. No sólo me respondía, también se defendía de las principales acusaciones que suelen hacérsele y que intuía en mis preguntas. Todavía el gobierno revolucionario no se había pronunciado al respecto, cosa que haría unos meses después.
Pude complementar lo escuchado con lo visto: al día siguiente embarcamos Orinoco abajo en un bongo, el doctor Ricardo, Darío, maestro cubano y asesor integral de las misiones educativas, Alicia y yo. Viajábamos además con el equipo de fútbol de La Esmeralda, porque el objetivo primario de aquella excursión de la que nos servíamos nosotros, era la de asistir a los Juegos Deportivos de los pueblos indígenas del Alto Orinoco, a celebrarse en Culebra. La primera, y muy breve escala, fue precisamente en Tamatama. Allí, en un pequeño ángulo del pueblo, radicaba una posta militar migratoria. No puede olvidarse que el Orinoco bordea más abajo toda la frontera sur de Colombia. Nos identificamos y anotaron como es costumbre nuestros datos. Mientras los demás se reportaban, caminé un poco por el pueblo. Esa visión rápida ratificó lo que había leído: sólidas y espaciosas casas de madera, con aire acondicionado, paneles solares, antenas parabólicas, mostraban un nivel de vida modesto, pero muy superior al de las comunidades indígenas de la región. El terreno había sido chapeado con implementos de jardinería, de manera que podía hablarse de césped. Era una exhibición de modernidad en un contexto casi natural, que permitía a los misioneros vivir con ciertas comodidades. Revelaba, por otra parte, que los misioneros disponían de recursos.
Pasamos la primera noche en Acanaña, comunidad yekuana del río Cunucunuma, por el que nos desviamos en su encuentro con el Orinoco. En las comunidades indígenas yekuanas hay siempre una construcción circular de adobe o de bahareque que termina en pequeños troncos de madera, a modo de ventana corrida por la que entra el aire, antes de que se inicie el techo en forma de cono, de hojas de moriche o cucurito. El piso interior es de tierra, y no hay divisiones ni paredes, sólo troncos que circundan el espacio y lo atraviesan cada dos o tres metros, de manera que puedan colgarse la mayor cantidad de chinchorros (hamacas). Es un chabono o chapono, y en él caben hasta cien personas. Esas construcciones suelen ser las más grandes de los poblados y se usan para albergar a los visitantes. En ellas dormimos durante el viaje, en chinchorros que nos prestaron la víspera. Ricardo y Darío traían los suyos de combate.
Antes de que cayera la noche del segundo día, luego de pasar unos peligrosos rápidos, arribamos a Culebra. ¿Cómo describir esa comunidad, sin que me tilden de exagerado? El bodeguero-guía de turismo la había calificado de espectacular. Tenía razón. Era una amplia llanura, un espacio de ocio selvático, es decir, una tregua de malezas y árboles, entre dos macizos montañosos y un río. Pero cuidado, no lo he dicho todo. Tengo los pinceles en la mano. Ya está el boceto, me falta ahora situar los detalles, darle color: el río es, ya lo dije, el Cunucunuma, que a esta altura se hace más estrecho y rojizo, por la cantidad de minerales que contiene. Para añadirle fuerza al paisaje, el río se arremolina justo a la entrada del poblado, y provoca una fina lluvia de sonidos y espantos. Cruzando el río, después de una breve espesura, en lontananza, grandes montañas cierran fila, y establecen los límites espaciales del cuadro. Se trata del Huachamacare. En el límite opuesto, del otro lado pero más cerca, otro grupo montañoso, el Duida. Tras sus altas e intrincadas montañas se halla La Esmeralda, pero ante la falta de vías terrestres de comunicación, hemos navegado durante dos días, siguiendo la caprichosa madeja de idas y venidas de los ríos Orinoco y Cunucunuma. No puedo omitir el último, casi inverosímil detalle del paisaje, que en la descripción tal vez se torne excesivo o falso: ambos grupos montañosos ofrecen su propia cascada, como si compitieran en ganarse el asombro mayor. La del cerro Duida, quizás por su cercanía, impactaba más. Los yekuanas habían seleccionado este lugar para vivir, y ya por ello, merecían respeto. Pero estaban siempre alertas. No había un jodido occidental, como yo, que instintivamente no pensara en un hotel. Los Cisneros, y sus príncipes y reyes burgueses, no se lo perdían desde luego.
Estuvimos en Culebra tres días. El doctor Ricardo fue el padrino de los Juegos. En la inauguración, los equipos desfilaron con sus uniformes de fútbol –aunque Venezuela es un país beisbolero, los indígenas que están más en contacto con el mundo occidental o criollo, son aficionados al fútbol, y lo juegan muy bien–, porque los pueblos pobres siempre sueñan y ahorran para tener sus uniformes locales (recuerdo a los kekchíes de una aldea guatemalteca, desprovistos de todo, en sus relucientes uniformes, con el nombre propio de cada jugador a la espalda y el de la aldea en el pecho). Uno de los equipos competidores vivía en un poblado del interior de la selva, y sus integrantes habían caminado durante tres días para llegar a Culebra. El cacique o líder comunitario, habló en su lengua, y añadió algunas palabras al final en castellano. Entonces le cedió el puesto al doctor Ricardo para que este dejara inaugurado los Juegos. También Darío, el maestro, dijo unas palabras. Durante el día, mientras los muchachos competían, Ricardo abría su consulta y atendía una interminable cola de pacientes. Darío se reunía con los facilitadores de las misiones educativas: la Robinson I y II y la Ribas. La esposa del enfermero yekuana, nos permitía utilizar su hoguera casera de troncos para cocinar o calentar las pocas latas de conserva que traíamos, y que amenazaban con acabarse más pronto de lo que habíamos previsto. Alicia y yo dormíamos en un supuesto chinchorro matrimonial, que puso a prueba la fortaleza de nuestra relación. 
(...)
¿Qué significa adoptar una posición colonizadora en el mundo indígena? ¿Cómo evitar que el llamado mundo occidental, extranjero o nacional, cambie de forma compulsiva las tradiciones culturales del indígena y lo manipule políticamente? En Venezuela, como en cualquier país latinoamericano, existe la falsa creencia de que hacer política es hacer campaña electoral, y que adquirir conciencia, es identificarse con un determinado candidato coyuntural. Pero las misiones educativas no se conciben como instrumentos de compulsión electoral, sino como medio para incorporar nuevos conocimientos –también políticos, en su sentido amplio–, de conciencia revolucionaria, que permitan una verdadera toma de decisiones. Felicita Tovar había aprendido a leer y a escribir en español, aunque no hablaba esa lengua con soltura (me entendía, pero prefería que un familiar tradujera lo que ella decía); la mayor ganancia de su paso por Robinson I, era de otra índole: su abrupta conciencia de ciudadana. Aquí los límites son precarios, porque históricamente los revolucionarios han obviado las peculiaridades del mundo indígena, basados en la creencia de que el conflicto central, decisivo, es el que se produce en el llamado “mundo civilizado”, entre obreros y capitalistas. En vez de “colonizadores malos” han sido –o han tratado de ser– “colonizadores buenos’ (y uso el término con toda intención provocadora): al procurar ciertos bienes inciden en (y transforman) sus tradiciones culturales. En Venezuela existe la posibilidad, y yo diría que la voluntad de superar esa omisión histórica. Los revolucionarios no son, ni pueden ser, evangelistas de signo inverso. Son muchas las preguntas que emergen de cualquier acercamiento al tema.
La incorporación de estos pueblos, históricamente marginados, a los beneficios de la modernidad (pues ya cargan con sus perjuicios) –entre otros, los de la medicina occidental–, no debe quebrar ni relegar sus tradiciones culturales. Pero ¿qué hacer? Cualquier acción “externa” incide en la conservación de las tradiciones, pero ¿deben seguir tomando agua del río, como lo han hecho desde tiempos remotos, aunque ello sea causa de enfermedades que provocan la muerte y que pueden ser prevenidas? La inmovilidad no es salud cultural, pero la sustitución violenta de valores y creencias es un virus letal para una cultura. Para la antropóloga cubana Rosa María de Lahaye, el proceso de descolonización tiene una función primordial: “incluir de nuevo en la historia a los grupos colonizados como entes autónomos y crear la necesidad de una reestructuración del saber en ellos”. Una reestructuración del saber que parta de las necesidades propias. En una conversación sostenida con Francisco Sesto, ministro de cultura de Venezuela, éste puntualizaba las dos vertientes “prácticas” del concepto de cultura que el presidente Chávez impulsaba, sin detenerse en teoricismos inútiles:
"Una es la cultura en un sentido antropológico, de identidad, de lo que te identifica, tienes allí tus tradiciones, tus ritos –el presidente Chávez lo dijo en una oportunidad–, la cultura como lo que fuimos, lo que somos, lo que queremos ser. Es una visión de la cultura en la que no hay jerarquías, cualquier cultura es tan importante como la otra, no hay cultura desarrollada y cultura no desarrollada, ningún pueblo es más importante que otro, cada cual tiene su manera de ver el mundo, su forma de relacionarse, es una visión que tiene que ver en definitiva con el patrimonio, con la diversidad cultural, con lo intangible también, tiene aspectos de creación y se relaciona también con las artes, artes colectivas, visiones particulares. Es la cultura como hogar, como hábitat, como territorio, como alma colectiva. Después existe otra interpretación: la cultura en un sentido martiano de ser cultos para ser libres, la cultura como instrumento de liberación, de superación, de crecimiento espiritual, de un instrumento que nos permita caminar hacia una sociedad más justa. La cultura vista como manejo de información, de comprensión del mundo, de comprensión de las relaciones con la naturaleza, de conocimiento, conocimiento de la historia, de la geografía, y en el sentido que Martí lo dice, una persona puede ser más culta que otra, o un pueblo puede ser más culto que otro. Ahí hay jerarquías".
(...)
Los misioneros de Nuevas Tribus llegaron a Venezuela en 1946 y en 1952 se establecieron en zonas indígenas por tiempo indefinido, según el permiso que les concedió la dictadura de Pérez Jiménez. Fue el implante de un cáncer, que poco a poco fue extendiéndose, ramificándose: traían motores para las embarcaciones que acortaban a la mitad el tiempo de traslación fluvial; medicinas occidentales, que en ocasiones salvaron vidas; aviones para trasladar con urgencia enfermos graves; alimentos en conserva; construyeron sus casas con ciertas e inesperadas comodidades occidentales y se relacionaron con los indígenas. ¿Acaso todo eso no está bien? A cambio, los misioneros dejaron en claro que las tradiciones mágico-religiosas de los yekuanas y de los yanomami eran prácticas bárbaras que debían ser superadas, hicieron que se avergonzaran de su pasado, de sus costumbres, de sus bailes, de sus bebidas. Rompieron los esquemas de mando tribales, y los sustituyeron por la autoridad de la Iglesia y por indígenas evangelizados. Convivieron con los indígenas, es cierto, mostrando la tenacidad y la constancia de verdaderos fanáticos, a veces por toda una vida –el pastor que entrevisté había llegado con sus padres a los tres años, conoció allí a su esposa canadiense y tres de sus cuatro hijos habían nacido en el lugar; algunos misioneros incluso se casaron con indígenas y tuvieron hijos con ellas–, trajeron a expertos del Instituto Lingüístico de Verano (creado para traducir la Biblia a diferentes lenguas aborígenes del mundo, famoso por sus vínculos históricos con la CIA, expulsado de México y Vietnam por actividades no precisamente académicas) y elaboraron alfabetos para las lenguas de esos pueblos, los enseñaron a leer y a escribir en ellas, y a veces, también en inglés. Así que hay yekuanas y yanomami que son analfabetos en español, pero no en inglés. Al cabo, muchos misioneros se consideran ya medio venezolanos, aunque la pertenencia al origen paterno es fuerte, como también evidenció mi diálogo con el entrevistado. Y muchos yekuanas asumen a esos misioneros y a sus descendientes como miembros de la comunidad.
Hay un detalle final que enmarca todo este esfuerzo: las misiones de Nuevas Tribus, que cuentan con un financiamiento fluido y generoso, suelen asentarse en zonas ricas de minerales preciosos, generalmente sin explotar. Con ellos viajan ingenieros y geólogos de compañías transnacionales, que estudian los suelos y elaboran mapas de sus riquezas minerales. También, se dice, científicos de la industria farmacéutica investigan y recolectan plantas medicinales, e incluso prueban los efectos de sus nuevos fármacos en la población indígena. Tienen sus propios aviones y sus propias pistas de aterrizaje, por lo que las autoridades nacionales no siempre conocen quiénes llegan y quiénes salen, qué traen y qué se llevan. Realidades complejas: en un mundo sistemáticamente abandonado por las autoridades del país, las Nuevas Tribus ocuparon el espacio de padres protectores. En las décadas del setenta y del ochenta, un fuerte movimiento social de denuncia sacó a la luz pública esta situación. El cineasta Carlos Azpúrua viajó al Alto Orinoco y filmó escenas de la vida cotidiana, entrevistó a los misioneros en franca hostilidad, y a algunos caciques de la zona que sentían que el mundo ancestral de sus antepasados se desmoronaba. Por su parte, algunos jefes militares de la región ratificaron la carencia de controles migratorios y aduanales, y expresaron su preocupación por la seguridad nacional. Se abrió un debate en el Congreso Nacional y se creó una Comisión presidencial. Azpúrua filmó los debates. Sus documentales son clásicos de la cinematografía venezolana. Alexander Luzardo, antropólogo y senador por entonces, recogió en su libro Amazonas: el negocio de este mundo, las investigaciones de un colectivo de especialistas sobre el tema. Todo quedó en los papeles.
En La Esmeralda pude conversar también con el chamán Aniceto Pérez, de 56 años, colaborador entrañable de los internacionalistas cubanos, quien integraba los sucesos de la nueva Venezuela a su mundo mágico religioso, y mostraba toda su sabiduría yekuana. Reproduzco la conversación respetando su modo de hablar el castellano:
Yo llegué al año 1960. Un muchacho. Me puse a trabajar de marinero de barco. De barco grande, del famoso Piragua, que se trabajaba con remos, las paletas de remo eran así de anchas. Entraban por unas horquetas, y el remo caía ahí y uno jalaba. Después apareció una lancha de Brasil, que trabajaba con gas oil, un motorcito pequeño como de siete y medio [caballos].
¿Llegan muchos extranjeros aquí?
Uf, muchos. Nosotros intentamos una vez denunciar a la gente norteamericano que están aquí. Entonces el gobierno y el Estado decían mejor que se quedaran callados, porque el gobierno y el Estado estaban incluidos con ellos, no es como ahora. Ahora no, ahora es a lo contrario. Hay que denunciar a ver si pueden salir con este gobierno que está. Anteriormente no. Ocupan tierras, claro. Entonces ahí lo que tenemos un peligro de lo que puede suceder. Y sí está sucediendo, mejor decir. Eso es lo que se habló con el presidente que está ahora.
¿Qué opina de la presencia de los cubanos?
¡Ah, estos! Beno, estos ha sido un poco…, hablando de más profundo y analizando, porque nuestros antepasados, nuestros viejos, dicían un año alguna persona de otro país vendrá a ayudar al pueblo, al indígena, y van a llegar. Yo creo que en ese estamos ahorita. Ya tenemos otras personas de país, ya vienen y hablan de otra forma, no solamente de explotaciones sino de otra clase de problemas, de ayudar asunto de salud, eso es lo que siempre yo le digo a los muchachos, ahora estamos la época lo que decían los padres míos, los abuelos, lo que decían. Yo no sé cómo sabían que iba a suceder eso. Sabían. Igualmente con los americanos, esos no van a ayudar, sino a invadir el pueblo. ¿Por qué? ¿Cuáles son los materiales que son más perseguidos? Ellos robaron según los de antes de aquí de estas tierras, cuando se repartió el famoso oro, diamante, hierro, todo. Van a su país, cuando ya no hay más eso, van a llegar aquí. Aquí, a buscar otra vez. Eso es lo que decían en el pasado los viejos. ¿Verdad que sí? Ahí están, ya aquí los tenemos. Terminarán con los indígenas para quitarles y adueñarse de eso. Por eso es que los indígenas yekuana han sido muy mesquinosos, porque ya ha sucedido esa cosa. Ahora estos extranjeros vienen con otra forma de compartir con nosotros. Yo empecé a estudiar esa historia de nosotros en nuestra tierra, de cómo surgimos de esta tierra, quién surgió primero, primero surgió la tierra, las piedras, los materiales, después el famoso que llamamos Wanari que es el Dios hizo un hombre, a ver cómo seguía en esas tierras y no pudo seguir porque la tierra no estaba bien formada para estar más, entonces volvieron a bajar a la tierra, para que vuelva a renacer ese humano y ese sí siguió. Vieron sus trabajos, sus preocupaciones, que será vigilar todas las tierras, lo que tenemos, donde estamos viviendo. Porque anteriormente la tierra era uno solo, uno solo. Beno, entonces nosotros anteriormente hablábamos de una sola palabra, con esa nos entendíamos todos. Después empezaron a repartir la tierra en numeral, ahora existe donde están los blancos, se llaman norteamericanos, francés, español, italiano, portugués, todos los que existen hoy en día. Cada quien tiene su terreno pues, su tierra, donde cada quien surgieron. Así surgió y tenemos cada quien nuestro material, hierro, plomo, lo que hay. Pero el Wanari dijo beno están aquí, tienen que quedarse aquí. Como nosotros somos del Caribe, nos quedamos por aquí, allá en Caracas quedó todo eso. ¿Qué pasó en Caracas? En Caracas era la tierra de nosotros, claro que sí. Donde existió el cacique Caracas, que era indígena yekuana. ¿Qué pasó? Llegó la invaisión de los españoles y acabaron con eso. Eso es el problema, que muchas veces ahora nosotros tenemos miedo, no miedo así, sino miedo profundo, entonces, ¿qué se está haciendo ahora? ¿Por qué tanta gente? Se hace la pregunta, ¿no? ¿Dónde vamos a dir? Movimiento, aparatos, maquinaria. Porque la historia dice que el aparato invade, no es un hombre, sino el aparato, que es verdad que sí, ¿qué existió en Caracas? Eso es lo que pasó. Maquinarias, tractores, ¿ahora qué existe ahí? Nada. Nada. Y ahora ¿qué hay aquí? Selva. Animales. Agua original. Cerros originales. ¿Quiénes hicieron refuerzo? Los indígenas yekuana. Aunque muchas veces los antropólogos, una vez yo lo vi por ahí, saca un libro de antropología que dicía que el indígena yekuana era invaisor de la tierra. Yo le dije no, usted se equivocó, ¿cuántos años tenemos nosotros viviendo aquí? Y toavía no se ha visto ni un par de tierras dañadas. Vivimos tantos años... Cuando empezó a llegar la maquinaria, que son tractores, carros, ahora sí se ha visto invaisión. El yekuana claro hace su conuco5, pongamos el día de hoy estamos aquí, hacemos nuestros conucos por estaciones de la tierra, después el otro año estamos aquí, entonces aquí estas tierras donde estaba forestado, lo que utilizamos, durante cinco años se va recuperando de nuevo. Nacen los árboles nuevamente, ya todos estamos forestando de este lado y este lado está recuperándose. Así vivimos.
¿Chávez los está ayudando?
Ah, sí cómo no. Este hospital no existía, anteriormente había un ambulatorio alláaaa… cerca de la comunidad yekuana, todavía están las casas ahí, una pequeñita como de veinte metros de largo, y ocho de ancho, ese era el ambulatorio antes. Tanto refuerzo y las conversaciones con el gobierno, igualmente con el gobernador, hicieron uno aquí, pero no siguieron más, se olvidaron de eso. Después cuando entró el nuevo presidente se planteó, cuando él hizo campaña por primera vez aquí, nosotros pedimos eso, señor, por favor, necesitamos urgentemente esto y dijo que sí, que va a hacer. Ningún gobierno de antes había llegado aquí, ningún presidente. Ni siquiera ningún gobernador. Es el primero que llegó y habló con la gente. Porque anteriormente ha llegado como subteniente en Tamatama, decía concho, tengo que tomar esta responsabilidad. Vino, como que fue primero de enero. El primer viaje. Del año 97. Y vino a hablar con nosotros aquí. Bajó en un avión de esos Hércules, es pequeño. Entonces había pura grama, puro charco. Beno, después del movimiento se vino el ejército y ampliaron las pistas y se hizo. Después vinieron y asfaltaron todo eso y terminaron. Después que terminó ya vino como Presidente. Porque este era mi terreno, estas tierras. Yo las entregué a ellos para el bienestar del pueblo. Vamos a hacerlo ahí, porque esta es la primera oportunidad que tenemos. No podemos ser mezquinos. Beno, entonces ahí los viejos, Velásquez, el chaman… se reunieron los cuatro conmigo: que sí, vamos a hacerlo de verdad. Y esta es el primer oportunidad. Este es el gobierno, el primero que estamos viendo que se está moviendo. Y vamos a hacerlo de verdad. Primeramente hicieron esto. Esta casa. Esta es para el laboratorio, mientras que hacían aquella, el laboratorio de verdad que se iba a hacer, para residencia médica, beno, después que metieron aquí el centro médico, y quedó eso como el laboratorio. Y siguió aquí construyendo y hay otras cosas, se desviaron otros materiales que vinieron aquí para este hospital. Igualmente esas pequeñitas que se ven ahí al lado, se hicieron para hospitalizar a los indíginas, que vienen de cabecera, que nunca podían dormir en cama, porque no saben cómo dormir en cama, duermen como si hubieran estado en el piso, pero muy incómodos, para eso se mandaron a hacer esas casitas, para que cuelguen su chinchorro, con candela al lado, como debe ser. Esas son las hospitalizaciones. Y ahora de nuevamente, cuando vinieron la comisión a Caracas, daban la información a nosotros que van a hacer nueva clínica, y unos cuantos más casas y les dijimos sí, se puede hacer. Porque aquí se oye que los indíginas no quieren que les hagan, ¿no? Y entonces nosotros, yo, Aniceto Pérez, estoy a favor de eso, vamos a aceptar, eso es bienestar para el Amazonas. ¿Por qué yo lo digo? Porque estamos aceptando salud para nuestros hijos, para nuestros nietos. El futuro va a servir para nosotros que vamos a estar sentados, y nuestros nietos y nuestros sobrinos van a estar trabajando. No sólo nosotros, sino otros ya, la rama de Aniceto, estarán sentados, no sé donde estarán..., beno.

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