martes, 1 de febrero de 2011

Sobre la riqueza y la pobreza, una vez más.

Enrique Ubieta Gómez
Hace unos días leí con interés el artículo de Orlando Márquez, “Sin miedo a la riqueza”. Su reflexión se acerca a los Lineamientos, los bordea, los toca, pero sigue –como un ladronzuelo furtivo--, en puntas de pie, hacia otros confines. No reivindica, aunque parezca hacerlo, aunque casi nos convenza de que es su intención, el trabajo “por cuenta propia”, o la cooperativización; no pide el reconocimiento social del dinero obtenido con esfuerzo, “de cada quién según sus capacidades, a cada quién según su trabajo”, como pide el marxismo. Márquez, de un golpe, llega al final del túnel: lo que quiere es reivindicar a los ricos. Claro que hay riquezas y riquezas, y algunas serán, son, legítimas (otras no): hijas del talento, de la perseverancia, del esfuerzo. Pero habla de ricos y pobres, como el escenario natural de la futura sociedad cubana –relación sistémica de contrarios que usualmente llamamos capitalismo--, a pesar de que, como dice, “es difícil que alguien pueda convertirse en rico vendiendo pizzas, chapisteando un carro o dando clases de inglés”. Se apoya en un ardid: ya existen diferencias en la sociedad cubana y el asunto es legalizarlas.
Los llamados “nuevos ricos” cubanos no lo son tanto, al menos no todavía, y aquellos que ostentan con mayor agresividad su condición son, probablemente, los menos legítimos. Pero sí, en Cuba hay ricos. Hay productores de alimentos, por ejemplo, que acumulan ya un capital considerable de acuerdo a nuestras condiciones. No son enemigos. No me molesta el dinero obtenido del esfuerzo personal. Lo que huele feo es que Márquez se apresure en defender la riqueza, y no el trabajo que supuestamente la crea: quiere trazar un rumbo propio, reformular la carta náutica, antes de que zarpe la nave. La acumulación capitalista no surgió en parte alguna del trabajo honrado. Por eso tiene que defender también la existencia de la pobreza. No es ocioso que recordemos un texto anterior, en el que Márquez justificaba el abandono de una parte de la población por la sociedad capitalista (y no del Tercer Mundo). En aquel texto que titulaba "Sobre Libertad y Liberalizaciones" –que debe leerse ahora como complemento indispensable de sus ideas y que en su momento respondí en "Apuntes sobre el concepto de libertad de Orlando Márquez"--, partía de una experiencia vivida en York, Gran Bretaña: “De modo que quienes yo veía en la calle deambulando no eran homeless, sino rough sleepers según la ley, personas que dormían a la intemperie. (…) Quizás la idea de libertad de aquellos rough sleepers no fuera muy académica, les bastaba saber que un día podían dormir en el hostal Arc Light y al siguiente alimentarse en el comedor del Ejército de Salvación, o pedir algo por la puerta trasera de la pizzería más importante de la ciudad. Esa era su libertad”. Márquez quiere llevarnos a su sartén. Su discurso intenta medrar en la confusión --y ya que bordeamos el acantilado, empujarnos sin miramientos--, a pesar de que los Lineamientos son muy claros: “En las nuevas formas de gestión no estatales no se permitirá la concentración de la propiedad en personas jurídicas o naturales”. Que los intereses de algunos individuos no obstaculicen o impidan el desarrollo de los restantes; que la realización individual sea un interés social. Una sociedad no crece en proporción a la cantidad de ricos que posee, sino a la cantidad de riqueza producida por todos (y a su distribución justa, sin paternalismos). Las nuevas políticas intentan salvaguardar el socialismo cubano, sus conquistas en primer lugar, y asegurar el avance por caminos que deberán desbrozarse en la marcha. Los cubanos vamos a luchar, que nadie lo dude, por la reproducción de valores anticapitalistas; porque la meta de nuestros jóvenes no sea la acumulación de dinero y de objetos. De lo que se trata no es de regresar al pasado, sino de construir un camino alternativo, con los materiales que están a mano.

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