lunes, 1 de junio de 2009

La Escuela Lenin y el Día Internacional de los Niños


Hace dos días me llamó por teléfono para anunciarme la noticia que todos esperábamos: mi hijo menor acaba de obtener, por sus notas en la secundaria básica, y por sus resultados en los exámenes de ingreso, el derecho a continuar sus estudios en el Instituto Preuniversitario de Ciencias Exactas V. I. Lenin. Sigue el camino de su padre y de su hermano mayor. Pido disculpa a los hipotéticos lectores de este blog por abordar un tema tan personal, pero tengo en cuenta además que hoy es el Día Internacional de los Niños, y que el mío, ya a las puertas de la adolescencia, es un niño cubano, con las ventajas (y los problemas) de vivir en un país socialista, por más de cincuenta años bloqueado. Recuerdo cuando inauguraron la Escuela en 1977. El uniforme azul recién estrenado y una marca especial, casi un trofeo: el sello de metal que nos colocábamos en el pecho para asistir a los actos festivos. En aquellos primeros días tuvimos que ayudar a desarmar y a armar las mesas de los laboratorios (de física, de química, de biología, de idiomas, de computación), que llegaban de la entonces Unión Soviética en grandes contenedores. Recuerdo el olor a madera de aquellas mesas inmaculadas que estrenamos nosotros. La Escuela era una especie de palacio: 27 edificios interconectados por largos pasillos rodeados de áreas verdes, tres piscinas –dos olímpicas y una de clavados--, un enorme gimnasio, una pista de atletismo y muchos terrenos, incontables en mi memoria, para la práctica de baloncesto y voleibol, un cine-teatro, salas de música, de teatro, de artes plásticas, una estación interna de radio y un periódico estudiantil –ambos conducidos íntegramente por nosotros, los alumnos: fui jefe de redacción del segundo--, donde estrenaron las primeras letras y los primeros dibujos amigos que hoy son destacados intelectuales: Tonel y Eduardo Rubén, en las artes plásticas, el profesor Gustavo Pita, el más erudito de mi generación, Zardoya, ex rector de la Universidad de La Habana, doctor en ciencias filosóficas y autor de varios libros, el poeta y crítico de arte Osvaldo Sánchez, entre otros. Compañero de aula fue también el Héroe de la República Antonio Guerrero, preso en cárceles norteamericanas por luchar contra el terrorismo, un ingeniero que pinta y escribe poemas. Las paredes de los pasillos habían sido decoradas con murales al óleo realizados expresamente por los más importantes pintores de aquel momento como Mariano, Martínez Pedro, Servando Cabrera. La Escuela era una pequeña Grecia, la nuestra como quería Martí, y allí nos visitaba Fidel, Brezhnev, Mitterrand, un Felipe González todavía admirador de la Revolución, Phan Van Dong. Sé que el Período Especial afectó a muchas de sus instalaciones, pero no mató su espíritu. Los albergues fueron restaurados después y la Escuela adoptó el perfil de una Vocacional de Ciencias Exactas, que hoy se intenta reforzar ante las necesidades del país. Son miles los profesionales que estudiaron el bachillerato en esa escuela, y si sumamos a la cuenta los graduados de las Vocacionales de otras provincias, todas de características similares, podría tenerse una idea del enorme impacto social que ha tenido esa experiencia pedagógica. Decía al comenzar estas líneas nostálgicas que Víctor, mi hijo menor, volverá a transitar sus pasillos a partir del próximo septiembre. Hoy –Día Internacional de los Niños--, cabe recordar que si los cubanos somos en efecto mucho más instruidos que nuestros padres y abuelos, no es por azar: atrás del esfuerzo personal de cada uno de nosotros hubo, hay, una Revolución que no ha dejado de soñar y de trabajar por un país de científicos y de poetas, o de científicos-poetas, que es como debiera ser.

NIÑOS COMO YO

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